Cádiz en Moto

Un nuevo día amanecía en el camping Peña Montañesa. Al encontrarse en una latitud más al sur, las temperaturas fueron bastante cálidas todo el día y también durante la noche, por lo que dormí bien.

Me despedí del camping tras desayunar tranquilamente y montar todos los petates en la moto, y tome dirección norte hasta Escalona. Recorriendo siempre la orilla del río Cinca, la hendidura del valle es bastante espectacular, sobre todo teniendo al lado el pico de Peña Montañesa (sí, de ahí cogió el nombre el camping), de casi 2300 metros de altura.

Como comentaba en el artículo anterior de esta serie transpirenaica, tocaba decidir de nuevo. Continuar hacia arriba y entrar en Francia a través de Bielsa y su túnel, o seguir investigando los pirineos aragoneses. Ir al país galo ahora convertiría en bastante inútil la vuelta del día anterior, ya que el túnel desemboca en Aragnouet, a apenas 80km de Viella, que fue donde tomé el desvío sur. No parecía tener mucho sentido, así que preferí seguir con el plan B y continuar conociendo el norte de Aragón.

Así las cosas, la ruta seguiría rumbo noroeste hacia el Cañón de Añisclo, un enclave increíble situado en pleno Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido. Parafraseando a la Wikipedia, «se trata de un impresionante valle, que en su cabecera tiene un circo glaciar, pero que posteriormente se encajona en un profundo cañón, fruto de la acción kárstica del agua del río sobre la roca caliza, en una sucesión de bellos toboganes y cascadas. […] La gran humedad y la casi permanente sombra del profundo cañón, producen tupidos bosques como la Selva Plana«.

La verticalidad de las paredes y los apartaderos naturales que se forman bajo las rocas eran totalmente impresionantes, y tuve gran suerte de que apenas vinieran coches que me pudieran entorpecer a la hora de hacer fotos. Además, casi todo el cañón es de sentido único, tomado de este a oeste, por lo que no hay preocupación de encontrarse un camión de frente en una curva sin visibilidad.

Los cambios de temperatura al entrar y salir de las grutas le daban un toque especial al feeling de la zona.

A ambos lados del cañón de hay algunas localidades a las que se puede subir desde la carretera del cañón, pero que por ignorancia dejé de ver. Es por ejemplo el caso de la localidad de Buerba, cerca de la cual hay un mirador desde el que ver el cañón y que lamentablemente no visité. Lo mismo ocurre con la localidad de Nerín, desde la que también hay (según he leído) imponentes vistas al cañón.

En cualquier caso, donde sí paré fue en la localidad de Fanlo, buscando algo de avituallamiento. No encontré nada que llevarme al morro, pero sí que sirvió de escenario para unas fotos muy chulas.

Ya en la ciudad de Broto, volvía a engancharme a la N-260 del Eje Pirenaico y volvían las curvas rápidas, que me duraron menos de lo que me gustaría. Bajando al sur, a la altura de Sabiñánigo, tuve que aguantar un cacho de autovía hasta Jaca, donde estuve informándome en la oficina de turismo, para después tomar rumbo norte y llegar hasta la famosa Estación de Canfranc.

Grande, majestuosa, en un enclave especial, pero totalmente vallada por obras y llena de gente. Es francamente curiosa de ver, aunque si tienes que desviarte mucho para visitarla tal vez no te merezca la pena.

Tras la visita obligatoria, retrocedí levemente sobre mis pasos y tomé una pequeña carretera que cruzó las localidades de Aratorés, Borau, Aisa y Jasa. Mi intención era poder «saltar de valle», desde el valle de Aragón, al valle de Hecho, y la carretera estuvo más o menos bien hasta Aisa, pero de Aisa a Jasa… bufff. Sin duda el peor tramo que he sufrido en toda la transpirenaica.

Las vistas, eso sí, preciosas, ya que iba coronando montes para cruzar los valles y quedaban estampas interesantes, unidas al caluroso y soleado día que estaba haciendo. Intenté comer en Jasa, pero el único bar que encontré tenía la cocina cerrada ese día, así que continué hasta el Valle de Hecho.

Comí algo por la zona y seguí subiendo rumbo norte, cruzando el valle, hasta el camping Borda Bisáltico, donde decidí echar la noche. El camping se encuentra en plena Parque Natural de los Valles Occidentales, en un entorno casi virgen, solo ocupado por las diferentes «Bordas», construcciones pirenaicas que servían antiguamente para resguardar al ganado de las inclemencias del tiempo.

La entrada al camping desde la carretera principal son 2km de curvas en muy buen estado que te dan una grata bienvenida entre árboles altísimos

Ya llegado al camping, la ubicación no podía ser mejor. Pude coger una buena parcela cerca de una loma, sobre la que se sitúa el restaurante del camping, y desde la que es posible ver gran parte de la bajada del valle. El atardecer desde allí, increíble.

Poco más me quedaba, más que cenar y descansar, disfrutando de un cielo inicialmente estrellado, que gracias a la lejanía de las ciudades se podía contemplar a simple vista. Más tarde, una intensa tormenta nocturna, que no soltó una gota, puso la banda sonora hasta el día siguiente.

En el próximo artículo, Navarra y Hondarribia!

La noche en el hotel de Andorra me permitió descansar un poco, aunque no me quitó el dolor del hombro. En cualquier caso, tenía ganas de salir de aquel hervidero comercial y volver a la tranquilidad de las carreteras de curvas. Así las cosas, me preparé temprano y salí por el sur del país, cruzando la lenta aduana y empantanado en un atasco hasta la Seo de Urgel, ya en la comunidad Catalana.

De nuevo me encontré con la conocida N-260 del Eje Pirenaico, que me llevó por un puerto de montaña desde la localidad de Adrall lleno de curvas y paisajes brutales, qué os voy a contar! A medio camino llegué al Puerto del Cantó, a 1725 metros sobre el nivel del mar. Espectacular sitio, con asientos para disfrutar de las vistas que da su privilegiada ubicación.

Allí, me encontré con un compañero motero que venía de hacer una mini ruta de un par de días por la zona. Le expliqué mis dudas de coger por Francia con el tema del hombro y me recomendó algunas alternativas por el lado español. Tras darle las gracias y disfrutar un rato de las vistas, continué la ruta, ya en bajada hacia la localidad de Sort.

Al estar íntegramente ubicada en la ribera del caudaloso río Noguera Pallaresa, sirve como campo base para numerosos aficionados al rafting, con un montón de negocios con sus barcas por las calles y gente preparada con neoprenos.

Salí de la ciudad dirección norte, siguiendo en todo momento el curso del río. Crucé Llavorsí, Escaló y llegué hasta el área recreativa de Roc Roi, en el Embalse de la Torrassa. Me pareció un sitio genial para echar un día con la familia, ofrecen canoas y kayaks para recorrer el embalse, y hay un parque multiaventura en la orilla este.

Y ahora venía uno de los platos típicos de la transpirenaica. Tras abandonar la ribera del río, que continuaba al norte hacia su nacimiento, la carretera se desviaba hacia el oeste, llevándome hasta el conocidísimo Puerto de la Bonaigua, a más de 2000 metros de altura y con un retorcido pero divertido trazado.

Las vistas desde este punto, como no podía ser de otra forma, eran brutales. Se agradecen los apartaderos que colocan para poder pararse con seguridad y admirar el paisaje.

La subida fue muy bien, pero en la bajada estaban haciendo obras de reasfaltado y, en lugar de hacer un carril y luego otro, estaban haciéndolo todo de una vez, con lo que habían «rastrillado» todo el asfalto anterior y estaba todo lleno de gravilla. Me tocó bajar muy tranquilamente, en algunas zonas casi poniendo los pies, porque no quería arriesgarme a un arrastrón a tantos kilómetros de mi casa. Con todo, pude cruzar sin problemas hasta Viella, y llegó la hora de tomar una decisión.

El recorrido planificado arriba y lo que al final hice abajo

La planificación del viaje me llevaba ahora dirección noroeste a visitar los picos más populares de la zona francesa, entre otros el Col d’Aspin, el Tourmalet y el Col d’Aubisque. Pero la situación era que el hombro no me dejaba de doler, y no me parecía del todo sensato echar día y medio en Francia, por si las cosas se ponían feas. Si en un momento dado me veía incapacitado para conducir, prefería permanecer en suelo español en lugar de tener que tirar de seguro internacional ni cosas similares.

Así las cosas, con los consejos de algunos compañeros y tras haber estado en días previos mirando puntos de interés en el pirineo aragonés, decidí cambiar de planes y tomar rumbo sur, dejando el plato fuerte del pirineo francés para otro año. No fue una decisión fácil, pero creo que fue la decisión correcta. A posteriori, creo que no habría pasado nada porque pude soportar lo del hombro, pero nunca se sabe a ciencia cierta. Además, ya tengo excusa para volver y hacer una transpirenaica 100% francesa!

La bajada desde Viella fue tranquila y bonita. El pico del Aneto, con sus 3404 metros, me acompañó un rato a la derecha, justo tras cruzar el larguísimo Túnel de Viella. Poco después del túnel comenzaba el término de Aragón, que me daba la bienvenida con las vistas del Embalse de Baserca.

Continué bajando hasta la estación de servicio de Ribagorça, en la que paré para repostar y me dieron algunas indicaciones. Justo en el cruce siguiente comenzaba de nuevo la nacional N-260 del Eje Pirenaico, con unos cuantos kilómetros de curvas súper chulas aunque con el asfalto un pelín roto en según qué zonas. A medio camino me encontré con el Coll de l’Espina, a 1407 metros de altitud, con un mirador en el que merece la pena pararse para disfrutar de las vistas de los Pirineos orientales.

Continué la ruta hasta Castejón de Sos, donde el Río Esera me daba la bienvenida y me acompañaría unos kilómetros. En este cruce, yendo al norte se encuentra Benasque y el puerto de montaña de Ampriu, ambos enclaves dignos de ver, aunque hay que ir con tiempo ya que son trayectos sin salida de ir y volver por el mismo camino.

La salida de Castejón de Sos ya auguraba un cambio en el paisaje muy interesante. A muy pocos kilómetros, el efecto del río había creado un brutal cañón con paredes de más de 300 metros, el Congosto de Ventamillo.

El angosto camino apenas dejaba lugar en un par de ocasiones para poder apartarse a hacer fotos. Según parece, cuando dos camiones coinciden en esta carretera se presenta un auténtico problema, y no es de extrañar teniendo en cuenta lo estrecho del camino.

La salida del Congosto del Ventamillo, eso sí, fue bastante triste. Tras haber tenido que tomar la decisión de no coger por Francia, la N-260 iba llevándome cada vez más al sur, más alejado de los Pirineos y con un trazado recto y aburrido que me hacían pensar que lo bueno ya había acabado. Tras pasar por el enorme Embalse de Mediano, llegué a Aínsa, donde acampé en el camping Peña Montañesa, justo a los pies de la montaña que le da nombre. Camping, por cierto, que tenía una enorme piscina en la que pasé el resto de las horas de la tarde.

La verdad es que el camping me gustó bastante. Además de la piscina, cuenta con restaurante, supermercado, actividades para los niños y las parcelas para acampar son muy grandes. Además, me regalaron una botella de vino aragonés, un gran detalle.

Tras remojarme hasta tener los dedos arrugados y cenar, eché un rato decidiendo por dónde coger el día siguiente. Básicamente eran dos las opciones disponibles: reintentar entrar en Francia por el norte cruzando Bielsa y el túnel de Aragnouet, o continuar por el pirineo aragonés y cruzar el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido. En el siguiente artículo podréis ver cuál fue la decisión final.

El amanecer en el camping Els Solans fue bastante frío y húmedo. Como comenté en el artículo de los preparativos de la transpirenaica, cometí la novatada de traer una caseta «Fresh & Black» y un saco de dormir para 15º de confort. En el momento en que estaba en el Decathlon comprando debí pensar que iba a un camping de Almería en vez de a los Pirineos.

Durante la noche, llegó un momento en que no tenía ya más ropa que echarme por encima para intentar entrar en calor. Pero bueno, pasó la noche, llegó la mañana, día segundo de la transpirenaica. La mala noche y los 1400km de camino que ya llevaba encima desde Cádiz empezaron a materializarse en un dolor de hombro por la zona del trapecio bastante chungo, que me hicieron replantear parte de la ruta, pero eso más adelante.

La ruta me llevó a cruzar la vecina localidad de Camprodon, a la que oficialmente pertenecía el camping, que crucé siguiendo la nacional 260 del Eje Pirenaico, carretera a la que volvería más tarde. Aquí, me acerqué a la tienda de Esports Vivac Camprodon en busca de un saco de dormir de menos temperatura. Me atendieron fenomenal, pero no tenían unidades en ese momento, así que me indicaron otras tiendas de material de montaña en pueblos cercanos. Esto es algo que he aprendido del viaje, merece mucho la pena acercarse a cualquiera de estos negocios específicos de montaña en lugar de tirar de Decathlon, porque la diferencia en calidad es abismal y los precios son similares, además de que te asesora gente que sabe.

Ya en la localidad de Campdevánol el estómago me estaba rugiendo brutalmente y paré a tomar algo en el Bar Triana… Sí, se llama Bar Triana, en pleno Pirineo catalán. Lo cierto es que ya les gustaría a algunos bares de Triana tener el material que me sirvieron, un bocadillo de salchichón que me dio la vida.

Se da la circunstancia de que en la provincia de Gerona es especialmente popular la gastronomía de los derivados del cerdo, como el salchichón del bocadillo que me comí, la butifarra y el fuet, y eso se nota en la calidad del producto. Me imagino que también influyó que iba esmayaito.

Con la buche lleno continué el camino para llegar a Ribas de Freser, un animado municipio con un montón de montañeros por las calles esperando. Desde la localidad parte el tren cremallera que lleva al Valle de Nuria, ya que no hay acceso por carretera, lo cual le da un encanto especial.

En Ribas de Freser me acerqué a la tienda Ski Mountain, donde me asesoraron muy bien, y me compré un saco de comfort térmico de 5º, nada que ver con el saco roñoso de Decathlon.

Y ahora venía otro buen rato de curvas con unas vistas espectaculares a través de la Collada de Toses. La ya familiar N-260, entre Ribas de Freser y Puigcerdá, es un serpetín de curvas con un telón de fondo de paisajes increíbles que, además, cuenta con numerosos apartaderos desde donde hacer una pausa para las fotos.

De vez en cuando, surgían algunos pueblos en el valle del Rigart a los que es posible bajar, como Planolas.

Tras semejante festín de curvas y paisajes para flipar, llegué a Puigcerdá, una ciudad que, por su carácter fronterizo, desbordaba vida por sus cuatro costados, dado que tiene salidas al norte y este hacia Francia, y hacia el oeste y sur (desde donde vine) hacia España. Reposté algo de gasolina y víveres en un Carrefour de la zona y entré al país galo por el acceso norte.

La carretera aquí subiría hasta la localidad francesa de Porté-Puymorens, cuya especial ubicación en medio del valle la convierten en el enclave perfecto para los amantes del esquí, contando con una estación con más de 35 pistas.

Al poco de superar el Col de Puymorens, la carretera desemboca en la bulliciosa N-22, que es el principal acceso desde Francia hacia Andorra, por lo que la afluencia de coches es brutal independientemente del día de la semana.

No me quedó otra que sumergirme en el torrente de coches hasta llegar a la conocida estación de esquí de El Pas de la Casa. Llena de coches en pleno agosto, no me la quiero imaginar en medio de la temporada de nieves. En cualquier caso, El Pas de la Casa sirve como bifurcación para aquellos que tengan prisa en llegar a Andorra y opten por tomar el Tunel d’Envalira, o los que hagan el remonte por la carretera de montaña, que más bien parece una autovía por lo ancha y el buen asfalto que tiene.

En lo alto del Port d’Envalira las vistas son espectaculares, con suficiente espacio para dejar la moto en varios sitios y hacer un montón de fotos. Además, hay un par de gasolineras para aprovechar los bajos precios del fuel andorrano.

La bajada a Andorra… pues bueno, nada del otro mundo. Probablemente debería haber aprovechado y hacer el Coll de Ordino, que nos hace entrar en Andorra por el oeste en vez de por el este, o haber aprovechado y haber visitado Tor y Alins, al oeste de Andorra, o la subida por Civis, tal y como me recomendaron por instagram (gracias Sergio!). El asunto es que estaba rabiando con el hombro, así que preferí descansar en un hotel en Andorra y visitar la zona de tiendas por primera (y probablemente última) vez en la vida.

Andorra es curioso de ver, una vez. Como dicen en inglés, «it gets old really fast». Muchas tiendas, mucha gente, su Motocard de tres plantas con precios de la península, sus tiendas para comprar cosas ilegales en España, como tásers y defensas extensibles, los toblerones gigantes…

La parada técnica en Andorra me sirvió para replantear la ruta. Al día siguiente tenía que decidir, ya que en la planificación venía día y medio de ruta al completo por Francia y sus puertos más emblemáticos. Pero el hombro me estaba dando por saco, tenía el trapecio cargadísimo y si la cosa iba a más y me cogía en plena montaña francesa pues… chungo. La alternativa era cruzar los pirineos aragoneses y navarros.

Lo que al final decidí hacer, lo veréis en el siguiente artículo!