Cádiz en Moto

La noche en el hotel de Andorra me permitió descansar un poco, aunque no me quitó el dolor del hombro. En cualquier caso, tenía ganas de salir de aquel hervidero comercial y volver a la tranquilidad de las carreteras de curvas. Así las cosas, me preparé temprano y salí por el sur del país, cruzando la lenta aduana y empantanado en un atasco hasta la Seo de Urgel, ya en la comunidad Catalana.

De nuevo me encontré con la conocida N-260 del Eje Pirenaico, que me llevó por un puerto de montaña desde la localidad de Adrall lleno de curvas y paisajes brutales, qué os voy a contar! A medio camino llegué al Puerto del Cantó, a 1725 metros sobre el nivel del mar. Espectacular sitio, con asientos para disfrutar de las vistas que da su privilegiada ubicación.

Allí, me encontré con un compañero motero que venía de hacer una mini ruta de un par de días por la zona. Le expliqué mis dudas de coger por Francia con el tema del hombro y me recomendó algunas alternativas por el lado español. Tras darle las gracias y disfrutar un rato de las vistas, continué la ruta, ya en bajada hacia la localidad de Sort.

Al estar íntegramente ubicada en la ribera del caudaloso río Noguera Pallaresa, sirve como campo base para numerosos aficionados al rafting, con un montón de negocios con sus barcas por las calles y gente preparada con neoprenos.

Salí de la ciudad dirección norte, siguiendo en todo momento el curso del río. Crucé Llavorsí, Escaló y llegué hasta el área recreativa de Roc Roi, en el Embalse de la Torrassa. Me pareció un sitio genial para echar un día con la familia, ofrecen canoas y kayaks para recorrer el embalse, y hay un parque multiaventura en la orilla este.

Y ahora venía uno de los platos típicos de la transpirenaica. Tras abandonar la ribera del río, que continuaba al norte hacia su nacimiento, la carretera se desviaba hacia el oeste, llevándome hasta el conocidísimo Puerto de la Bonaigua, a más de 2000 metros de altura y con un retorcido pero divertido trazado.

Las vistas desde este punto, como no podía ser de otra forma, eran brutales. Se agradecen los apartaderos que colocan para poder pararse con seguridad y admirar el paisaje.

La subida fue muy bien, pero en la bajada estaban haciendo obras de reasfaltado y, en lugar de hacer un carril y luego otro, estaban haciéndolo todo de una vez, con lo que habían «rastrillado» todo el asfalto anterior y estaba todo lleno de gravilla. Me tocó bajar muy tranquilamente, en algunas zonas casi poniendo los pies, porque no quería arriesgarme a un arrastrón a tantos kilómetros de mi casa. Con todo, pude cruzar sin problemas hasta Viella, y llegó la hora de tomar una decisión.

El recorrido planificado arriba y lo que al final hice abajo

La planificación del viaje me llevaba ahora dirección noroeste a visitar los picos más populares de la zona francesa, entre otros el Col d’Aspin, el Tourmalet y el Col d’Aubisque. Pero la situación era que el hombro no me dejaba de doler, y no me parecía del todo sensato echar día y medio en Francia, por si las cosas se ponían feas. Si en un momento dado me veía incapacitado para conducir, prefería permanecer en suelo español en lugar de tener que tirar de seguro internacional ni cosas similares.

Así las cosas, con los consejos de algunos compañeros y tras haber estado en días previos mirando puntos de interés en el pirineo aragonés, decidí cambiar de planes y tomar rumbo sur, dejando el plato fuerte del pirineo francés para otro año. No fue una decisión fácil, pero creo que fue la decisión correcta. A posteriori, creo que no habría pasado nada porque pude soportar lo del hombro, pero nunca se sabe a ciencia cierta. Además, ya tengo excusa para volver y hacer una transpirenaica 100% francesa!

La bajada desde Viella fue tranquila y bonita. El pico del Aneto, con sus 3404 metros, me acompañó un rato a la derecha, justo tras cruzar el larguísimo Túnel de Viella. Poco después del túnel comenzaba el término de Aragón, que me daba la bienvenida con las vistas del Embalse de Baserca.

Continué bajando hasta la estación de servicio de Ribagorça, en la que paré para repostar y me dieron algunas indicaciones. Justo en el cruce siguiente comenzaba de nuevo la nacional N-260 del Eje Pirenaico, con unos cuantos kilómetros de curvas súper chulas aunque con el asfalto un pelín roto en según qué zonas. A medio camino me encontré con el Coll de l’Espina, a 1407 metros de altitud, con un mirador en el que merece la pena pararse para disfrutar de las vistas de los Pirineos orientales.

Continué la ruta hasta Castejón de Sos, donde el Río Esera me daba la bienvenida y me acompañaría unos kilómetros. En este cruce, yendo al norte se encuentra Benasque y el puerto de montaña de Ampriu, ambos enclaves dignos de ver, aunque hay que ir con tiempo ya que son trayectos sin salida de ir y volver por el mismo camino.

La salida de Castejón de Sos ya auguraba un cambio en el paisaje muy interesante. A muy pocos kilómetros, el efecto del río había creado un brutal cañón con paredes de más de 300 metros, el Congosto de Ventamillo.

El angosto camino apenas dejaba lugar en un par de ocasiones para poder apartarse a hacer fotos. Según parece, cuando dos camiones coinciden en esta carretera se presenta un auténtico problema, y no es de extrañar teniendo en cuenta lo estrecho del camino.

La salida del Congosto del Ventamillo, eso sí, fue bastante triste. Tras haber tenido que tomar la decisión de no coger por Francia, la N-260 iba llevándome cada vez más al sur, más alejado de los Pirineos y con un trazado recto y aburrido que me hacían pensar que lo bueno ya había acabado. Tras pasar por el enorme Embalse de Mediano, llegué a Aínsa, donde acampé en el camping Peña Montañesa, justo a los pies de la montaña que le da nombre. Camping, por cierto, que tenía una enorme piscina en la que pasé el resto de las horas de la tarde.

La verdad es que el camping me gustó bastante. Además de la piscina, cuenta con restaurante, supermercado, actividades para los niños y las parcelas para acampar son muy grandes. Además, me regalaron una botella de vino aragonés, un gran detalle.

Tras remojarme hasta tener los dedos arrugados y cenar, eché un rato decidiendo por dónde coger el día siguiente. Básicamente eran dos las opciones disponibles: reintentar entrar en Francia por el norte cruzando Bielsa y el túnel de Aragnouet, o continuar por el pirineo aragonés y cruzar el parque nacional de Ordesa y Monte Perdido. En el siguiente artículo podréis ver cuál fue la decisión final.