Pocas rutas tienen un origen tan icónico como la transpirenaica. El Cabo de Creus, con su popular faro, marca el extremo más oriental de la península ibérica y es de donde oficiosamente suelen partir las transpirenaicas.
La subida desde la vecina localidad de Cadaqués, un importante enclave turístico en esta esquina del Mediterráneo, transcurre por una carretera sinuosa que deja unos paisajes brutales en la subida.
Igualmente la llegada al faro es imponente, tanto por su significado como por lo bonito de la zona. Allí se reúnen moteros, ciclistas, gente en caravana y demás turistas, muchos de ellos a punto de empezar o concluyendo la ruta transpirenaica.
Tras despedirme debidamente del mar Mediterráneo, que tan fugazmente hizo acto de presencia en mi viaje, deshice mis pasos y continué la ruta siguiendo la costa, primero catalana y luego francesa.
La carretera que bordea la costa es increíble. Dejando a un lado el impecable estado del asfalto, el trazado sigue la costa desde la altura, dejando en todo momento unos paisajes de estampa de los pueblos y calas de la costa.
Llegando a la ya francesa localidad de Port-Vendres me encontré un mirador (esta es su ubicación) que tiene la tabla de orientación pirenaica de Cap Rédéris. Al parecer, estas tablas de orientación se distribuyen por todo el perímetro francés del Pirineo y sirven para identificar los picos montañosos que estén a la vista.
La siguiente parada fue en la localidad de Colliure, que alberga la tumba de uno de los poetas más laureados de la literatura española reciente: Antonio Machado, lamentablemente exiliado por el franquismo.
La localidad es súper turística y cuenta con varios enclaves bastante interesantes como Iglesia de Notre Dame des Anges, con un campanario enclavado en el agua, o el castillo Real de Colliure, justo frente a la iglesia.
La ruta continuó pegada a la frontera del Pirineo, para después bajar por el paso fronterizo de La Jonquera, uno de los más importantes cruces entre Francia y España, hasta llegar al área de descanso de Capmany donde, ahora sí, empezar a tomar algunas curvas. La carretera GI-502 y la consecutiva GI-503 son unas carreteras de curvas de ensueño que bordean el extremo norte de la provincia gerundense a través de unos densos bosques.
Los moteros de la zona la conocen como hacerse un Tapis, similar a como en Cádiz solemos decir hacer un puerto Galis, porque es Tapis la última de las localidades españolas por las que discurre la carretera antes de entrar en territorio francés.
Coincidiendo con la hora del almuerzo, paré en el restaurante Can Mach, ubicado a medio camino, donde me atendieron estupendamente, los camareros incluso se interesaron sobre mi viaje y pude disfrutar de un buen plato de pollo.
Poco después el camino continuaría por suelo francés, cruzando la localidad de Coustouges, en la que hice una pequeña parada para resguardarme de una tormenta veraniega.
En la localidad de Saint-Laurent-de-Cerdans, una curiosa fábrica de alpargatas y otros textiles daban la bienvenida al pueblo.
La ruta continuó por unos paisajes de valles verdes, cruzando el Río Tec en varias ocasiones a través de puentes y pasos elevados.
Entre tanta montaña surgió la pintoresca localidad de Prats-de-Mollo-la-Preste, que al parecer estaba sumergida en una feria del libro y la afluencia de gente era muy alta, con gran ambiente en todas las adornadas calles.
La arquitectura y disposición de la ciudad hacían pensar que en cualquier momento la Bella iba a salir de alguna panadería con dos baguettes camino al taller de su padre.
A apenas 10 minutos del pueblo y tras una revirada subida, llegué al Col de la Seille, a 1185 metros de altitud, cuya forma en herradura daba unas vistas espectaculares casi en 360 grados.
Pero es que no hicieron falta ni diez minutos más para llegar a otro puerto, esta vez el Col d’Ares, a 1513 metros y situado justo en la frontera entre España y Francia. Se da la circunstancia de que el puerto se encuentra justo en el ápice entre las comarcas del Vallespir, en dirección noreste, y el Ripollès, en dirección sudoeste, siendo posible ver desde el mirador dispuesto a tal efecto algunas localidades en la distancia, como Molló.
Iba atardeciendo y apenas me quedarían un par de horas de sol, por lo que tocaba buscar alojamiento. Tras cruzar la localidad de Molló, decidí quedarme en el Camping Els Solans, en la zona de acampada libre. Un camping con unos servicios correctos que adolece de una falla habitual: primar el servicio a las familias de larga permanencia en detrimento de la gente que va a hacer, bueno, camping. Todo lleno de autocaravanas y caravanas estáticas con familias que echan el verano allí, y solo una apartada zona de acampada libre a la que relegar a los «casuals» que fuéramos de pasada a acampar un día o dos.
La noche fue bastante fría y húmeda. Pagué bien la novatada de llevar un saco de verano y una tienda de campaña «fresh», no hubo forma de entrar en calor en toda la noche. Pero de todo se aprende, he de decir! Con esto, se acabó el primer día de transpirenaica, seguimos en el siguiente artículo.